Lectura: Filipenses 4:6-9

Cuando se visita una playa en el mar, es muy común que a sus orillas se levanten grandes palmeras que producen cocos, este tipo de planta es muy particular ya que está diseñada para crecer y fructificar en este tipo de clima.

Las palmeras tienen la particularidad de que sus hojas se mueven delicadamente con la más mínima brisa, mientras que las hojas en otros tipos de árboles apenas de mueven.  Es por esta razón que cuando las tormentas golpean las costas, este tipo de árbol es capaz de resistirlas sin ningún problema; mientras otros árboles caen o pierden todas sus ramas, las palmeras soportan con gran agilidad esta prueba del clima.

A veces, somos como una palmera ya que el asunto más insignificante puede turbar nuestro corazón, mientras que las personas que nos rodean parecen moverse por la vida sin problemas ni preocupaciones, aparentemente firmes y seguras. Vemos a los demás y nos maravilla su tranquilidad, y nos preguntamos por qué nuestra vida puede llenarse de turbulencias con tanta facilidad.

Gracias a Dios, las Escrituras nos recuerdan que la calma genuina y permanente puede hallarse en su presencia. Pablo escribió: “Y el mismo Señor de paz les dé siempre paz en toda manera. El Señor sea con todos ustedes” (2 Tesalonicenses 3:16). Dios no sólo ofrece paz, sino que esta cualidad forma parte de su propia esencia y nos acompaña cuando las tormentas azotan nuestras vidas.

  1. Cuando atravesamos épocas turbulentas e inquietantes de la vida, es bueno saber que la paz verdadera está disponible en el Dios de toda paz.
  2. Seamos lo suficientemente flexibles como para soportar cuando otros parecen estar mejor que nosotros, y para movernos ágilmente cuando nos golpeen los vientos tormentosos de la vida.

HG/MD

“Por nada estén afanosos; más bien, presenten sus peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).