Lectura: Filipenses 3:7-14

Vladimir Lenin fue el arquitecto fanático de la antigua URSS. Un colega dijo una vez de él: “Lenin piensa en nada más que la revolución. Él habla de nada más que la revolución. Come y bebe revolución. Y si sueña por la noche, tiene que soñar con la revolución».

No importa lo mucho que lamentamos el fanatismo de Lenin y de todo el mal que provino de él, hay que reconocer que su pasión inquebrantable no sólo le ayudó a lograr sus metas, sino que afectó todo el curso de la historia.

¿Cuál es nuestra pasión dominante? ¿Existe alguna causa, deporte, afición, hobbie, algún proyecto que nos llene de entusiasmo, que concentre nuestras energías, y nos motive a invertir gran parte de nuestro tiempo, pensamientos y el dinero? A la luz de lo que Dios dice que tiene significado eterno, ¿cuál es el valor tiene eso por lo cual demostramos pasión?

El apóstol Pablo expresó una meta digna, cuando escribió: «pero mi vida no vale nada para mí a menos que la use para terminar la tarea que me asignó el Señor Jesús, la tarea de contarles a otros la Buena Noticia acerca de la maravillosa gracia de Dios.” (Hechos 20:24).

1. Conocer a Jesucristo, a confiar en él, amarlo y servirle a Él, esa si es una pasión con valor eterno.

2. Sin un corazón desbordante por Dios, no podemos brillar para Jesús.

NPD/VCG