Lectura: 2 Pedro 1:1-22

Mientras nos dirigíamos a la zona rural de nuestro país, transitábamos en medio de la montaña, y en ese momento se dio una curiosa situación, estaba cayendo una llovizna y el sol brillaba tenuemente en medio de las nubes.  Esa mezcla perfecta nos permitió ver una innumerable cantidad de arcoíris que se desplegaban detrás de cada curva del camino.

Cuando regresé de mi viaje intenté contarle aquella experiencia a uno de mis amigos, pero me sentí frustrado, pues su belleza superaba las palabras con las que quería explicar de lo que había sido testigo.

En un intento por entender aquella situación, busqué respuestas y encontré algunos datos interesantes en la internet, pero eran sólo eso, datos, no captaban ni describían la majestuosidad de aquel suceso.  El conocimiento abstracto acerca de cualquier tema, en este caso de un arcoíris, es limitado, pero experimentar su belleza es otra cosa.

En nuestra lectura devocional leímos con respecto a dos tipos de conocimiento. En los versos de 2 Pedro 1:5 y 6, el apóstol utiliza la palabra griega: “ginósko”, la cual hace referencia al conocimiento meramente abstracto, que también es necesario para nuestro crecimiento espiritual; mientras que en los versos 2,3, y 8, utiliza la palabra griega: “epiginósko”, que expresa un conocimiento más práctico de nuestra fe.  Estos dos términos ilustran lo que me sucedió a la hora de explicar la belleza de un arcoíris.

Otra forma de expresar esta verdad con respecto a la profundidad de nuestra fe, fue la que utilizó Job, al expresar cual era la nueva forma en la que entendía a Dios: “De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5). 

  1. A medida que aumentes tu conocimiento sobre Dios, ora para que ese conocimiento se haga una realidad en tu vida, viviendo y compartiendo tu fe de una mejor forma.
  2. Necesitas algo más que una cabeza llena de datos; necesitas un corazón lleno de fe.
  3. Lo que aprendes debe ser vivido y transmitido a otros, ese es el éxito del evangelio.

HG/MD

“De oídas había oído de ti, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:5).