Lectura: Génesis 27:19-33

Cuando el cajero de la tienda por departamentos le pidió una identificación para verificar el nombre de la tarjeta de crédito y que efectivamente le pertenecía, quedó horrorizado cuando vio la fotografía en el documento de identidad.  ¡Era su propia imagen!

Hacía tan sólo unos días, el cajero había perdido la billetera con todos sus documentos personales, y ahora este joven frente a él, estaba usando su identificación para dar prueba que la tarjeta de crédito le pertenecía, lo cual evidentemente era una mentira y una estafa.

Llamaron a la policía y arrestaron al joven por intento de estafa y por robo de identidad.  Para obtener lo que quería, este joven fingió ser alguien que no era.

En el Antiguo Testamento también encontramos una historia de usurpación de identidad, tal como lo leímos en nuestra lectura devocional; se trata de Jacob, quien con la ayuda de su madre Rebeca engañó a su padre moribundo tratando de hacerse pasar por su hermano Esaú, con el fin de obtener la bendición que le correspondía al hijo mayor.

Finalmente, el engaño de Jacob fue descubierto, pero ya era demasiado tarde para que Esaú recibiera la bendición de su padre.

Hoy también existen muchas personas que fingen en las iglesias, usan un vocabulario correcto, lucen como los demás, asisten cada domingo a la iglesia, incluso algunos oran antes de comer.  Engañan con el fin de obtener aprobación de otros, pero dentro de sí saben que todo lo que hacen es una mentira, luchan con la culpa y con la realidad de que no conocen en verdad a Jesús como su Señor y Salvador.

  1. Debemos reconocer que no somos perfectos, que Dios nos ubicó en medio de un cuerpo de creyentes que nos ayudamos los unos a los otros (Romanos 12:10,16).
  2. No finjamos ser lo que no somos, Dios quiere que seamos auténticos hijos suyos.

HG/MD

“Amándose los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndose los unos a los otros” (Romanos 12:10).