Lectura: Salmos 32:1-11

Para el sabio rey Salomón fue el deseo exagerado por las mujeres; para Moisés la ira; para Pedro su falta de dominio. Todos tenemos al menos uno, así que no lo niegues.

Hablo de los pecados en nuestras vidas, esos malos hábitos que se interponen en nuestra relación con Dios y que incluso les sucede a las personas que parecían tener todo bajo control, tal como al rey David, quien dejó que una tentación lo llevara a uno de los momentos más oscuros de su vida. 

Cuando esto pasa, tenemos que pagar el precio que el pecado nos cobra a todos.  En el caso de David, fue la pérdida de su hijo y el dolor que tuvo que cargar debido al gran mal que había causado.

El mundo en el cual vivimos trata de convencernos de que pecar no es tan malo; por ejemplo, diría que el pecado de David, que lo llevó al adulterio, en realidad no fue culpa de él, fue del ambiente, o solo obedeció a su impulso natural; “no es tan malo, todos lo hacen”. Esto es muy fácil de aceptar, pues comúnmente nos encantan las excusas, ya que nos ayudan a justificarnos y a no enfrentar nuestros pecados. 

Quizás aún eres joven y tienes toda una vida de experiencias por delante. Pero puede ser que también estés luchando contra algún problema que seguramente es un estorbo para agradar a Dios. Si no te ocupas de él ahora, podrías luchar y sufrir por ello durante años, siendo como una piedra lista para aplastarte, cuando se acaben tus fuerzas.

  1. No importa cuál sea tu problema, tu estilo de vida, tus relaciones, la deshonestidad, los chismes; sin importar cual sea sólo hay una solución, reconócelo ante Dios y pide su perdón y guía, este es el primer paso para superarlo.  Nunca sabrás las consecuencias de las que Dios te está librando.
  2. Siempre es bueno tener a alguien que te pregunte de vez en cuando cómo está tu vida, que te ayude a enfocarte en lo que es verdaderamente bueno para tu vida (Filipenses 4:8).

HG/MD

“Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones al Señor”. Y tú perdonaste la maldad de mi pecado.” (Salmos 32:5).