Lectura: 2 Crónicas 26:3-21

Las palabras de Dwight L. Moody (1837 – 1899), aún resuenan con tanta fuerza como lo hicieron en su momento: “Cuando un hombre piensa que tiene mucha fuerza y confía en sí mismo, puedes anticipar su caída. Tal vez pasen años antes de que salga a la luz, pero ya ha comenzado”.

Lo que describió Moody en su momento, describe muy bien lo que le aconteció al rey Uzías.

Todo parecía andar tan bien en su vida… Era obediente, se sometía a sus consejeros espirituales y buscó la dirección de Dios durante la mayor parte de su reinado. Mientras le pidió al Señor que lo ayudara, Él le concedió grandes triunfos, los cuales se evidencian en muchos de sus logros descritos en el libro de 2 Crónicas 26:3-15.

Aunque en su vida Uzías se caracterizó por tener gran poder y éxito humanos, desgraciadamente todo eso también lo encegueció. Debido a su creciente orgullo empezó a hacer diferentes cosas incorrectas: empezó desafiando la santidad de Dios al traspasar los límites del templo y atreverse a asumir una posición que nunca podría tener (v. 16); consideró que el poder de Dios era bueno, pero que no lo necesitaba en absoluto para ejercer su liderazgo (vv. 5,16); rechazó la disciplina y el consejo piadoso (vv. 18-19); pasó por alto su oportunidad de arrepentirse; ignoró las consecuencias de su pecado, en lugar de temer a lo que podría sucederle.

Como vimos Uzías inició muy bien su caminar con Dios, tuvo grandes bendiciones y se equivocó al no reconocer de quien venían esas bendiciones, las cuales no fueron el resultado de su inteligencia y habilidades sino de la misericordia del Señor; este orgullo lo llevó a equivocar su camino y a terminar muy mal su andar en este mundo, Dios lo hirió con lepra hasta el día de su muerte (vv. 18-21).

Cuando Dios nos concede triunfar en alguna área de nuestra vida, nunca olvidemos la fuente del éxito. Quiera el Señor que escojamos vivir con humildad, porque Él da gracia a los humildes.

  1. Cuando el Señor nos bendice en alguna área de nuestra vida, no debemos olvidar la verdadera fuente de nuestro éxito: Dios.
  2. Escojamos conscientemente y con sabiduría vivir con humildad porque esto le agrada a Dios, de esta forma no solamente iniciaremos bien, sino que terminaremos aún mejor.

HG/MD

“Pero él da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).