Lectura: 2 Corintios 4:7-15

Si alguna vez has ido a comprar una joya o alhaja para ti o alguna persona especial en tu vida, seguramente has notado que el dependiente del lugar coloca la pieza preciosa sobre un paño de terciopelo de un color oscuro, casi siempre de color negro.

Concluyo que aparte del hecho de que puedas apreciar mejor lo que estás comprando, también es una forma en la cual tu vista se fije en la belleza de la joya o alhaja, ya que, si se pusiera sobre un fondo de colores, competiría con la hermosura del tesoro.

Pensar en este sencillo ejemplo, me hace recordar las palabras que el apóstol Pablo utiliza para referirse al ministerio de Jesús a través nuestro, al decir: “tenemos este tesoro en vasos de barro” (2 Corintios 4:7).  

No obstante, para la mayoría de nosotros en muy difícil vivir de acuerdo con este principio, es por ello que frecuentemente “adornamos” nuestras vasijas de barro y nos atribuimos el crédito de lo que hacemos para servir a Cristo.

Un ejemplo de buscar que la gloria sea para ti, es cuando perdonas a alguien, realizas un acto de caridad para alguien o incluso compartes el evangelio, tan sólo para que digan cuan “bueno” eres.  El problema es que, cuando empiezas a buscar reconocimiento o elogios por las buenas acciones, compites con la brillantez del tesoro de Dios que obra a través de tu vida.

Por lo tanto, cuando haces algo para el Señor, no se trata de glorificarte a ti mismo, sino a Él. Cuanto menos te destaques personalmente, más brillante se vuelve Dios. Pablo declara que por este motivo el tesoro se ha puesto en vasos de barro, para que el Señor sea quien reciba la gloria.

  1. ¡No olvides que eres tan sólo un instrumento y tu contenido es el tesoro de Dios que reflejas!
  2. Eres una vasija de barro que llevas dentro el más grandioso de los tesoros, la palabra de la reconciliación (2 Corintios 5:20)

HG/MD

“Con todo, tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).