Lectura: Hechos 8:4-8, 26-35

Cuando el hombre perdió su trabajo debido a que la compañía en la cual trabajaba decidió cerrar sus puertas porque lo que producían ya no era consumido, el hombre altamente capacitado se encontró desempleado de un momento al otro.

Una noche, después de nuestro estudio bíblico, habló de su situación y la describió como algo difícil y humillante pues ahora había conseguido un puesto mucho más sencillo y de menos reconocimiento, pero declaró: “Algo bueno que puedo decir al respecto de mis nuevos empleadores, es que reconocen mi compromiso con el trabajo y que parecen muy interesados en mi fe, eso me hace sentir mucho mejor”. Un miembro del grupo respondió: “Admiro tu humildad.  Sé que tu fe, te ha ayudado a salir adelante en este momento difícil”.

Como en el caso de este hombre, Felipe tal vez se preguntó por qué Dios lo había sacado de su misión en Samaria (Hechos 8:4-8), para hacerlo aparecer en medio del desierto (v. 26). Sin embargo, más tarde descubrió que el etíope necesitaba ayuda para entender las Escrituras (vv. 27-35), y su situación cobró sentido.

Cuando Jesús prometió que no nos dejaría solos (Mateo 28:20; Hebreos 13:5), se refería tanto a los momentos difíciles como a los buenos. Nuestra misión en las etapas complicadas de la vida es trabajar o servir recordando que estamos haciéndolo para Dios; y después, observar mientras Él obra para llevar a cabo sus propósitos.

  1. Busca al Señor en medio de tus dificultades y descubre lo que está haciendo allí, en y a través de ti.
  2. Nuestra misión en este mundo va mucho más allá de ganar un buen salario o tener una casa muy confortable, nuestra verdadera misión es compartir con otros lo que hemos aprendido en nuestro andar de fe y cómo esto nos brindará acceso a la vida eterna.

HG/MD

“Sean sus costumbres sin amor al dinero, contentos con lo que tienen ahora porque él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé” (Hebreos 13:5).