Lectura: Hechos 5:31-42

Existen diferencias entre las plantas que nos brindan sus flores, algunas son muy bellas pero temporales y otras no tanto, pero nos acompañan año a tras año.

En los países donde existe la primavera, esto se hace más que evidente.  Cuando llega esta estación, los viveros se llenan de macetas con plantas que lucen repletas con el esplendor sus colores, cuando se trasplantan en los jardines y se siguen los cuidados adecuados se fortalecen al menos a simple vista, más cuando llega el otoño y sus hojas caen, las cosas empiezan a ser diferentes, aquellas que no están hechas para sobrevivir el crudo invierno y que a menudo son originarias de climas tropicales, morirán y las que están adaptadas a estos climas a año a año retoñarán, florecerán y se reproducirán regularmente.

La vida cristiana debe reflejar principios similares, es un proceso complejo, que no se basa en esfuerzos aislados o en frutos cuya duración en muy temporal.  Se espera que el mensaje llegue a buena tierra, que haga que sus raíces se fortalezcan, para que cuando vengan las pruebas podamos resistir el desafiante otoño y sobrevivir los crudos inviernos que nos esperan, para luego con las lluvias primaverales volver a florecer, sin dejarnos deslumbrar por el esplendor de sus colores (Mateo 13:1-9; 18-23).

Los apóstoles experimentaron este proceso, sabían que estaban en el tiempo de la siembra: “Y todos los días, en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar la buena noticia de que Jesús es el Cristo” (Hechos 5:42).  Su mensaje encontraría tierra fértil que respondería al mensaje y con ello empezarían algunos de los efectos del otoño: “En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, se suscitó una murmuración de parte de los helenistas contra los hebreos, de que sus viudas eran desatendidas en la distribución diaria” (Hechos 6:1). Y pronto vendrían los oscuros días del invierno: “En aquel día se desató una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén, y todos fueron esparcidos por las regiones de Judea y de Samaria, con excepción de los apóstoles” (Hechos 8:1).  No todo estaba perdido, el mensaje ahora se predicaría no sólo en Jerusalén y unido a la conversión de Pablo (Hechos 9), provocaría un cambio que traería muchas más flores, pruebas y fortalecimiento cíclico.

  1. Tú eres resultado de ese ciclo virtuoso de la vida cristiana, sino fuera por esos hombres y mujeres que sacrificaron sus vidas por llevar el mensaje, nunca hubieras oído acerca de Jesús y por ende de tu salvación.
  2. El testificar de Cristo es bueno en toda estación.

HG/MD

“¿No dicen ustedes: “Todavía faltan cuatro meses para que llegue la siega”? He aquí les digo: ¡Alcen sus ojos y miren los campos que ya están blancos para la siega!” (Juan 4:35).