Lectura: 1 Crónicas 16:7-10, 23-26

Un amigo de Estados Unidos visitó por primera vez nuestro país, y aunque su repertorio de palabras en español se limitaba a unas cuantas frases, una que había aprendido muy bien era la palabra “gracias”, a él le encantaba decir gracias a quienes le hablaban, ya que decía que, aunque fueran pocas sus palabras, un agradecimiento sincero nunca estaba demás.

Debemos tener más a menudo en nuestras conversaciones con otros, esa misma actitud de agradecimiento.  Y esa era precisamente una de las prácticas que el rey David tenía: dar gracias. 

Luego de su elección como rey de Israel, y de haber construido la tienda del tabernáculo para albergar el Arca del Pacto, designó a los levitas: “…para que invocaran, dieran gracias y alabaran al Señor Dios de Israel” (1 Crónicas 16:4).  Esta no fue una situación pasajera, sino que se mantuvo en el tiempo, todo esto con el fin de agradecer continuamente por las bendiciones recibidas de parte del Señor (vv.37-38); incluso ordenó a Asaf que compusiera un canto de agradecimiento el cual quedó registrado en 1 Crónicas 16:8-36.

Este salmo da gracias por lo que el Señor había hecho: «Den a conocer entre los pueblos sus hazañas” (v. 8), “todas sus maravillas” (v. 9), “de sus prodigios y de los juicios de su boca” (v. 12) y por ser el Salvador (v. 35).  Además, esta canción también alababa al Señor porque Él es bueno, misericordioso y santo (vv. 34-35).

  1. Al igual que mi amigo y David, jamás debemos de cansarnos de dar gracias a Dios por lo que es y lo que ha hecho por nosotros.
  2. Apartemos un momento del día para agradecer sinceramente a Dios por todo lo que nos ha bendecido.

HG/MD

“¡Den gracias al Señor! ¡Invoquen su nombre! Den a conocer entre los pueblos sus hazañas.” (1 Crónicas 16:8).