Lectura: Mateo 20:20-28

Durante la guerra civil estadounidense, un oficial que estaba a cargo de las reparaciones de un edificio militar, le daba instrucciones a gritos a un grupo de soldados que estaban a su cargo, y que trataban de levantar una pesada viga de madera.

La lucha por levantar la carga era increíble, el día anterior había llovido y todo el suelo estaba lleno de lodo lo cual dificultada la tarea.  Un hombre que pasaba por ahí, se detuvo y le preguntó al oficial que dirigía, por qué no estaba ayudando a sus hombres.  La respuesta estuvo cargada de arrogancia cuando le respondió: “Caballero, yo soy un oficial”

“¿De veras?”, contestó el que pasaba; “no lo sabía”.  Luego procedió a quitarse su sombrero e hizo una reverencia y le dijo “disculpe, señor oficial”.  Entonces dio unos pasos, subió sus mangas, y se dispuso a ayudar a aquellos soldados a subir aquella pesada viga.  Cuando terminaron la faena, el hombre volvió a dirigirse al oficial y le dijo las siguientes palabras: “Señor oficial, cuando tenga otro trabajo de este tipo y no tenga suficientes hombres, llame a su comandante en jefe, y yo vendré a ayudarle por segunda vez.”  El oficial no entendió en ese momento las palabras de aquel hombre, luego entendió que se trataba del mismo General George Washington.

Dios mide la grandeza de los hombres por su servicio.  El Señor Jesús puso el ejemplo, ya que, aunque era Dios y digno de todo honor, “…el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28).

1. Si en realidad queremos que nuestras vidas valgan, debemos de empezar a servir.

2. La verdadera grandeza no se logra dando órdenes a diestra y siniestra, se logra con el ejemplo, sirviendo.

HG/MD

“Entre ustedes no será así. Más bien, cualquiera que anhele ser grande entre ustedes será su servidor” (Mateo 20:26).