Lectura: Hebreos 12:1-2

¿Alguna vez has sentido vergüenza? Tal vez la sientas ahora mismo. Has mentido o has calumniado a un amigo. Tal vez has quebrantado una promesa o traicionado la confianza de alguien. Has pecado y lo sabes. Eres culpable y estás avergonzado.

Cuando pecas, lo normal es que te sientas culpable y avergonzado. Tienes que confesarle a Dios y a los que has ofendido, lo que has hecho y lo malo que fue, pidiendo su perdón. No le restes importancia a tu pecado, ni lo lleves como un terrible secreto. No lo justifiques diciendo que es el resultado de circunstancias o la seducción del diablo. Cuando veas tu pecado por lo que es lo que ha hecho a los demás, tienes que estar avergonzado.

La culpa y la vergüenza pueden ser buenas si te acercan al Salvador. Cuando Jesús llevó tu pecado a la cruz, también llevó tu culpa. “…Jesús soportó la cruz, sin importarle la vergüenza que esta representaba…” (Hebreos 12:2) Ahora está sentado en Su trono en el cielo, pero le costó muy caro. Jesús colgó de una cruz de ejecución romana, desnudo y humillado. Jesús soportó la vergüenza, nuestra vergüenza.

Cuando te entregas a Cristo, quien triunfó sobre la muerte y experimentó la vergüenza que le causó tu pecado, no sólo tendrás perdón por lo que has hecho, sino que será el comienzo del fin de tu vergüenza.

  1. Un juez puede suspender una sentencia, pero sólo Dios puede quitar nuestra culpa.
  2. Hoy es el día para pedir perdón a Dios y reconocer que no puedes lograrlo por ti mismo, necesitas a Dios en tu vida.

NPD/HWR