Lectura: Salmos 37:23-31 

Cuando estaba joven trabajé en una tienda de conveniencia por muchos años, y una vez oí a una dama muy desilusionada diciéndole a su amiga, “Oíste a ese dependiente, me llamó: “señora”.  Al oírla recordé lo que me decía mi mamá: “es de buena educación decirle a una persona mayor que uno; señor o señora… ¿en qué le puedo ayudar?”; sin embargo, al observar esta reacción, pensé para mis adentros que tenía que tener mucho cuidado y analizar dos veces antes de usar esa palabra con una dama.   

Con los años, al mirarme al espejo he comprobado que ya no soy la misma persona que era hace 10 años y que mi mente recuerda de la juventud. 

Ser joven tiene sus ventajas, pero al mirar hacia atrás también debo reconocer que con los años viene, en la mayoría de los casos, la experiencia, y con ella la sabiduría y por ende una mejor manera de comprender a Dios, tal como lo escribe el salmista en el Salmo 37:25: “Yo he sido joven y he envejecido; pero no he visto a un justo desamparado”. 

Ahora reflexiono sobre muchas de las experiencias pasadas, sobre mis triunfos y mis errores, las veces en las cuales pensé que estaba solo y que Dios me había abandonado o que no le interesaba lo suficiente, comprendí que esos episodios en mi vida sirvieron para moldearme y hacerme crecer, hoy sé que no quedaré postrado porque el Señor sostiene mi mano (v.24). 

No nos engañemos, cada día nos hacemos más viejos, pero con el tiempo también podemos hacernos más agradecidos, más serviciales, más compasivos, más colaboradores, menos desagradables, menos problemáticos, entre muchas otras cosas. 

  1. Debemos estar agradecidos con Dios, por el amor con que nos amó sin merecerlo. 
  1. A medida que aumentan los años, la fidelidad de Dios se hace más evidente.  

HG/MD 

“Porque el Señor ama la rectitud y no desampara a sus fieles. Para siempre serán guardados, pero la descendencia de los impíos será exterminada” (Salmos 37:28).