Lectura: Salmos 127-128

Había llegado el momento. No era el momento que cualquiera de nosotros hubiera escogido. Sin embargo, era el tiempo de Dios. Y nos habíamos reunido para aceptarlo.

En concreto, el momento fue hace algunos años un día como hoy, el día en el calendario señalado por Dios cuando mi papá se alejaría de nosotros debido a la muerte.  Sus 83 buenos años de servicio a su Salvador, de los cuales 51 años leales de liderazgo familiar habían terminado. Su cuerpo fuerte y decidido por fin había sucumbido a los procesos incesantes de la vejez y la enfermedad.

Sin embargo, era Navidad.  El tiempo de las luces brillantes, canciones alegres, y hablar del nacimiento de Jesús. Era hora de anticipación, el entusiasmo de los niños, y de paz en la tierra.

No era el tiempo correcto, al menos eso parecía, de pensar en los arreglos del funeral y en el difícil momento de decir adiós. ¿Cómo podía ser el momento adecuado?

Era el momento adecuado porque era el tiempo de Dios. Era el momento para que papá dejara de sufrir. Ya era hora de que pasara la Navidad con Jesús. Era el momento de reencuentros en el cielo y a papá le gustaban las reuniones.

Era el momento adecuado porque Dios nunca se equivoca. Él sabía que el trabajo de mi papá estaba completo, su influencia viviría a través nuestro, y su legado estaba seguro. Él sabía lo que estaba haciendo. Papá estaba en casa para Navidad. Había llegado el momento, el tiempo Dios.

1. Cuando los creyentes morimos estamos ausentes del cuerpo, pero presentes con el Señor
Contemplando a nuestro Redentor, el Cristo, al cual adoramos (2 Corintios 5:6-8).
2. El tiempo de Dios es perfecto, incluso en la muerte.

3. El tiempo de Dios es perfecto, incluso en el nuevo nacimiento.

–          “Sin embargo, cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley” – Gálatas 4:4

–          Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.

Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos.

El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios. – Mateo 27:50-54

–          Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Mateo 28:5-7

–          Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado, ¡una nueva vida ha comenzado! – 2 Corintios 5:17

–          Tengo la plena seguridad y la esperanza que jamás seré avergonzado, sino que seguiré actuando con valor por Cristo, como lo he hecho en el pasado. Y confío en que mi vida dará honor a Cristo, sea que yo viva o muera. Pues, para mí, vivir significa vivir para Cristo y morir es aún mejor. Pero si vivo, puedo realizar más labor fructífera para Cristo. Así que realmente no sé qué es mejor. Estoy dividido entre dos deseos: quisiera partir y estar con Cristo, lo cual sería mucho mejor para mí; pero por el bien de ustedes, es mejor que siga viviendo. Filipenses 1:20-24

–          Pero permítanme revelarles un secreto maravilloso. ¡No todos moriremos, pero todos seremos transformados! Sucederá en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando se toque la trompeta final. Pues, cuando suene la trompeta, los que hayan muerto resucitarán para vivir por siempre. Y nosotros, los que estemos vivos también seremos transformados. Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales.

–          Entonces, cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: “La muerte es devorada en victoria. Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?” 1 Corintios 15:51-55

NPD/DB