Lectura: Proverbios 4:1-13

Un padre se preguntaba: ¿Dónde se han ido estas dos décadas? ¿Cómo pudieron haber pasado tan rápidamente? ¿Cómo podía mi niña de pelo rizo y sonrisa angelical ya a tener  20 años de edad?

¿No fue hace poco tiempo que aprendió a escribir su nombre? Ahora está escribiendo trabajos universitarios, usa correo electrónico y actualiza su estado cotidianamente en redes sociales. ¿Pareciera que fue ayer, cuando ella se sentaba en su triciclo y le pidió a Jesús que fuera su Salvador? Ahora ella está trabajando con niños en proceso de adopción, contándoles la importancia de integrar a Cristo a sus vidas.

Atrás han quedado los años preescolares, los años de primaria, y ahora los años de adolescencia. De todos esos años lo que sobreviven son los recuerdos de tantos grandes tiempos, tantas oportunidades que revelaron la bondad de Dios, Sus directrices, Su amor y la salvación de mi hija.

Cuando pienso en las oportunidades que tuve durante sus años de formación, he concluido que el aspecto más vital de la crianza de los hijos fue la relación franca y directa con ellos. Sólo cuando mantenemos un estrecho compañerismo con nuestros hijos les podemos instruir correctamente. Cuando los padres y sus hijos comparten una relación de respeto mutuo, los momentos de enseñanza se construyen a sí mismos, propiciados por una vida de amor y fuertes valores encontrados en la fe en Cristo.

Mamá y papá, hacen que sea más fácil para sus hijos el escuchar su enseñanza al nutrir diariamente esa relación con sus hijos.

1. Dios nos da a los niños durante un tiempo, para formarlos en Su camino, para amarlos y enseñarles cómo servir y a obedecer.

2. Los hijos no comúnmente no heredaran los talentos de sus padres, pero si absorberán sus valores.

NPD/DB