Lectura: 1 Corintios 15:12-20

La música sonaba dentro. Las hojas caían fuera. Al atrapar una ráfaga de viento, una de las últimas hojas del otoño voló brevemente hacia arriba mientras yo escuchaba la frase “¡Resucitó!” Sin embargo, hacia el final de la canción, la hoja había caído a tierra. La gravedad había vencido a la brisa.

Más tarde escuché a tres mujeres de edad madura conversar acerca de dietas, ejercicio, estiramientos faciales, y otros esfuerzos por desafiar a los años. Al igual que la hoja, ellas estaban tratando de evitar que la gravedad las llevase hacia lo inevitable.

Su conversación me recuerda a las buenas obras que hacen las personas para tratar de salvarse de la muerte espiritual. Pero así como las hojas no pueden evitar caer y las personas no pueden evitar envejecer, nadie puede trabajar lo suficientemente duro como para evitar la consecuencia del pecado, la cual es la muerte (Ro. 6:23).

En la crucifixión, los que se burlaban de Jesús lo desafiaron a que se salvara a Sí mismo. Pero Él puso Su vida en las manos de Dios y Dios le devolvió, no sólo Su propia vida, sino las nuestras también. Para recibir la salvación, nosotros también debemos simplemente poner nuestras vidas en las manos de Dios, porque, si el Espíritu de Aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en nosotros, Éste también nos dará vida (Ro. 8:11).

Las fuerzas del pecado desde afuera no pueden vencer la vida de Cristo que está dentro de nosotros.

1. ¡Tu no puedes vencer a la gravedad del pecado que habita en tí, pero existe uno que sí y su nombre es Jesús.

2. Detente, no corras más, acepta su regalo de Salvación.

-JAL