Lectura: Salmos 23:1-6

Cuando éramos niños, un amigo y yo fuimos al parque a jugar con otros niños; como todos los niños, corríamos y subíamos en cuanto lugar alto encontrábamos. Ese día mi amigo se subió a un árbol de pino y comenzó a ascender cada vez más alto, hasta que sucedió lo inevitable, una de las ramas cedió y mi amigo cayó fuertemente de unos 3 metros de altura. El impacto causó que perdiera el aire y permaneciera tirado en el suelo, pensé que se iba a morir pues trataba de recobrar el aire con desesperación.

Luego le pregunté que había sentido, y me dijo que en su agonía tratando de recuperar el aire, pensaba que se iba a morir y se iría al cielo, perdió el conocimiento y un último pensamiento venía a su mente: “Dios, ahí voy”.

Su papá estaba cerca y le contaron lo que le había ocurrido a su hijo, corrió hasta el lugar, lo tomó en sus brazos y lo llevó al centro médico más cercano; para cuando abrió sus ojos vio todo blanco y gente vestida de blanco y un olor como a desinfectante, por un momento pensó “¿Así será el cielo, se parecerá a un hospital?”, y lo comprobó cuando vio a su papá al lado de la cama.

Esa experiencia de mi amigo me enseñó a una temprana edad, que el creyente puede tener paz incluso en el valle de sombra de muerte.  Para los creyentes es: “estar ausentes del cuerpo, y estar presentes delante del Señor” (2 Corintios 5:8).  Como hijos e hijas de Dios podemos contar con la seguridad de que venga lo que venga, ya sea que vivamos o muramos, somos del Señor.

  1. Si conoces al Señor como Salvador, tu también puedes experimentar una maravillosa paz, incluso si eres llamado a pasar por el valle de sobra de muerte (Salmos 23:4).
  2. Si vives para la eternidad puedes morir con serenidad.

HG/MD

“Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmos 23:4).