Lectura: Hebreos 10:19-25

A la joven mamá se le estaba agotando la paciencia con su vivaracha niña de dos años.  La semana había sido difícil, pues siempre trataba de adelantarse a su pequeño tornado.  Una y otra vez la mamá tuvo que decir que NO, o recordar pacientemente a su niña cuál era la manera correcta de comportarse.  Se necesitaban vastas castidades de energía emocional.

Entonces llegó el servicio del domingo en la noche.  No había una clase para niños y su hija estaba más inquieta que nunca.  Hubo un momento en que todo lo que se veía de ella eran sus pies estirados en el aire, pues la niña esta acostada en el banco.  La mamá estaba frustrada y avergonzada.  ¿Qué pensaría la pareja de más edad que se sentaba justo detrás de ella?

Cuando llegó a la iglesia la semana siguiente se encontró con un anciano, “Ay – dijo- ahí viene”  La joven se sorprendió de lo que dijo después: “¡Qué niña tan maravillosa tienes!  Es un regalo especial de Dios para ti”.  Esa era justo la clase de comprensión y el aliento que ella necesitaba para que la tarea de ser mamá de su activa hija fuese más fácil.

Vamos a la iglesia por muchas razones: para adorar, dar, aprender.  Según Hebreos 10:24-25 también estamos allí para alentarnos los unos a los otros.

  1. Tal vez hoy puedas ofrecer a alguien unas palabras de aliento, tal como las que animaron a aquella joven mamá.
  2. Unas cuantas palabras cordiales pueden producir la diferencia entre desistir y persistir.

NPD/DCE