Lectura: Colosenses 1:3-14

Es curioso pensar que al principio Adán y Eva no necesitaban esperanza porque tenían todo. Además, no había por qué dudar de que la vida siguiera siendo tan agradable como la conocían, con tantas cosas buenas que Dios les había dado para disfrutar.

No obstante, lo arriesgaron todo por lo único que la serpiente dijo que el Señor no les había dado: el conocimiento del bien y del mal (Génesis 2:17; 3:5).

Desgraciadamente, cuando Satanás terminó de hacer su ofrecimiento, Eva cedió de inmediato y Adán la siguió sin vacilar (3:6). Por supuesto consiguieron lo que querían: conocimiento; pero perdieron lo que tenían y habían menospreciado: la inocencia.

Como resultado de esta pérdida entró el pecado a sus vidas y nació la necesidad de la esperanza… esa esperanza de que se les quitaría la culpa y la vergüenza, y de que el bien sería restaurado.

Este es un tiempo en el cual los niños anhelan algún juguete y las familias esperan que todos se junten para la celebración.  Pero no nos equivoquemos, no nos dejemos llevar por el comercio y las ofertas de diversión, la verdadera razón por la que este es un tiempo especial y de esperanza, es que conmemoramos un acontecimiento que es mucho mayor que nuestros deseos de festejar o de recibir regalos.  Recordamos la venida de nuestro amado Señor Jesús, “el Deseado de todas las naciones” (Hageo 2:7-RVA60) Él nos “ha librado de la autoridad de las tinieblas”, comprando nuestra redención y perdonando nuestros pecados (Colosenses 1:13-14). Incluso hizo posible que fuéramos sabios para el bien e inocentes para el mal (Romanos 16:19). Cristo en nosotros nos da esperanza de gloria.

  1. Dios sea alabado hoy y siempre por la esperanza que tenemos en Él.
  2. En estos tiempos cuando conmemoramos la natividad de nuestro Señor Jesús, recordamos que Él es la razón por la cual tenemos esperanza. 

HG/MD

“Bendito el hombre que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor” (Jeremías 17:7).