Lectura: Mateo 1:18-25
Todas las familias tienen sus historias que con frecuencia son contadas. Por ejemplo, la familia de un buen amigo cuenta sobre el proceso de cómo decidieron darle un nombre. Sus padres no se ponían de acuerdo sobre cómo llamarían a su primer hijo.
El papá quería ponerle el nombre de su padre, pero a la mamá no le gustaba la idea. Luego de un extenso debate decidieron que sólo si el niño nacía el día del cumpleaños de su abuelo, se llamaría como él y aunque no lo crean, mi amigo nació justamente el mismo día del cumpleaños de su abuelo, por eso todos lo llaman “junior” en alusión de que es el menor.
Ponerles nombres a las personas es algo que nos ha acompañado desde el inicio de la historia.
Tan sólo por citar un ejemplo, cuando el carpintero de Nazaret José tenía ciertas dudas con la noticia de que María, su amada prometida, estaba embarazada, un ángel le aclaró lo que el Padre Celestial había dicho sobre la situación y de paso también le reveló el nombre del bebé: “Ella dará a luz un hijo; y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
Este no es simplemente otro nombre más, tiene muchas implicaciones, sería el Salvador de su pueblo, y también cargaría sobre sí el castigo que nosotros merecíamos por nuestro pecado. Su propósito redentor está perfectamente expresado en el Nombre que le pusieron, y que es sobre todo otro nombre en toda la historia.
- Que nuestro corazón se regocije al entender lo que implicó que el niño de Belén se llamara: Jesús.
- ¡Cuán maravilloso es tu nombre Señor; toda rodilla se doble ante tu presencia! (Filipenses 2:1-11)
HG/MD
“Ella dará a luz un hijo; y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).
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