Lectura: Colosenses 1:21-23

Luego de un gran esfuerzo físico o de un largo día de trabajo, creo que a todos nos gusta entrar en nuestras casas y percibir el aroma de las especias y olores que prometen un sabroso festín. Y es que preparar una comida, no sólo es un asunto de cocinar o tener todos los elementos a nuestro alcance, sino que también involucra el dominio del arte de la presentación.  

Es muy agradable ver muchos colores de los alimentos plasmados en el plato, son una armonía hermosamente distribuida de carnes, para quienes les gustan, y acompañamientos que pueden ser ensaladas, verduras, sopa, pastas, algún tipo de arroz y vegetales, que todos en conjunto nos invitan a sentarnos y disfrutar de esas obras de arte.

No obstante, esa comida no era tan atractiva antes de que la cocinera o cocinero pusiera sus manos en ella. La carne estaba cruda, las verduras, pastas y los vegetales necesitaban ser lavados, cortados y preparados.

Todo esto por supuesto, debe hacernos recordar la obra de gracia que Jesús hizo por nosotros. Debemos ser conscientes de nuestra fragilidad y nuestra tendencia a pecar, y al igual que los alimentos sin preparación, necesitamos pasar por un proceso que nos transforma y limpia de nuestra condición original. 

Cuando el Señor Jesús viene a nuestras vidas, esto produce un cambio total en nosotros y nos convierte en una nueva creación (2 Corintios 5:17), tomándonos de nuestra condición perdida y sin esperanza, brindándonos vida, ubicándonos en una nueva realidad gracias a su poder y misericordia, donde se nos llama a ser “santos, sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:22). Esto nos transforma y presenta ante nuestro Padre como algo bello y digno de estar en su presencia.

  1. ¡Que su obra transformadora a nuestro favor nos estimule a vivir a la altura de la presentación, y a estar humildemente agradecidos a Cristo por su obra consumada en nuestra vida!
  2. Gracias Señor porque nos diste vida cuando estábamos muertos y sin esperanza (Efesios 2:1-10).

HG/MD

“Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia son salvos!” (Efesios 2:4-5).