Lectura: 1 Crónicas 29:6-16

Cuando Esteban llegó a su casa del trabajo, besó a su esposa y a sus tres pequeños quienes lo estaban esperando con la misma alegría de todos los días.  Luego de un rato, se sentaron a la mesa y él dirigió una oración por los alimentos: “Padre Santo, gracias por permitirnos vivir un día más y por bendecirnos con estos alimentos que hay sobre la mesa”.

Ese día Esteban había recibido su carta de despido por recortes de personal en la empresa donde trabajaba, pero aun así decidió confiar en Dios e hizo esa oración por la comida que hasta ese día Dios les había permitido disfrutar, sabía que el Señor seguía teniendo el control de todo lo que estaba sucediendo, y tenía la certeza de que las misericordias de Dios son nuevas cada día, así que hoy disfrutaría la comida al lado de su familia y mañana tendría que empezar a buscar un nuevo empleo.

Cuando el rey David recibió ofrendas para la construcción del templo oró diciendo: “Porque, ¿quién soy yo, y qué es mi pueblo, para que podamos ofrecer espontáneamente cosas como estas, siendo todo tuyo, y que de lo que hemos recibido de tu mano, te damos?”, y añadió lo siguiente: “…todo es tuyo” (1 Crónicas 29:14, 16).

La Biblia nos dice que aun nuestra capacidad de generar riquezas lícitas y ejercer nuestros oficios, proviene de Dios (Deuteronomio 8:18).  Comprender que todo lo que tenemos es temporal y provisto por Él, debe provocar que seamos capaces de desprendernos de las cosas de este mundo; que seamos generosos y compartamos las bendiciones diarias que recibimos de Dios con otros que se encuentran en necesidad.

Dios es un dador tan increíble, que llegó hasta el punto máximo de ofrecer a su Hijo por nosotros (Romanos 8:32).  Gracias Señor por todas tus bendiciones y tu misericordia.

  1. Agradezcamos al Señor siempre, en todo momento.
  2. Todo lo que tenemos verdaderamente le pertenece a Dios.

HG/MD

“Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto y desciende del Padre de las luces en quien no hay cambio ni sombra de variación” (Santiago 1:17).