Lectura: 1 Corintios 2

Una joven que vivía en un área donde se cometían muchos crímenes estaba esperando el autobús cuando un joven policía que parecía recién graduado se le acercó y le preguntó: “¿Me permite que la acompañe?”.  “No es necesario” – contestó ella – “no tengo miedo”.

“Bueno yo sí” – dijo él – “¿Le importaría acompañarme a mí?”

El apóstol Pablo fue honesto con sus lectores de Corinto al admitir sus temores y debilidades, incluso hasta el punto de llegar a temblar (1 Corintios 2:3).  Pero él los afrontó, expresó su necesidad de Dios, y luego confió en Él.  Dijo que su palabra y su predicación era una “demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4).  Podríamos asumir con toda seguridad que Pablo pasó mucho tiempo orando en dependencia de Dios mientras estuvo en aquella malvada ciudad.

Admitir que a veces tenemos miedo no es señal de falta de comunión con Dios, ni que algo anda mal en nuestra vida.  Reconocer que nos ponemos ansiosos cuando pensamos en la muerte, en la posibilidad de contraer cáncer, de perder la razón o de que nuestros hijos se metan en problemas, es ser honestos respecto a nuestros sentimientos.  Para vencer nuestros temores debemos primero reconocerlos.  Luego debemos llevarlos a Dios y seguir adelante en obediencia.  Esa es la única manera de vencer el temor.

  1. En la mayoría de las ocasiones cuando enfrentamos con valentía nuestros temores desaparecerán, dile al Señor que te acompañe a vencerlos.

 

  1. Animo, puedes confiar en que el Señor siempre estará a tu lado. (Josué 1:9)

NPD/DJD