Lectura: Marcos 9:14-29

Hay una creencia que existe entre algunos seguidores de Cristo, quienes esperan que la vida cristiana sea tan suave y fácil como lo es meterse en una cama cálida y cómoda: sin incomodidades, sin quejas, sin tensiones.

El problema con esta forma de pensar, es que el tiempo les demostrará tarde o temprano que no es verdad, y cuando esto sucede a veces comienzan a sospechar que Dios se está metiendo con ellos.  Puede que hasta empiecen a luchar con su fe.

Flannery O’Connor (1925-1964), una brillante escritora estadounidense, al pensar en esto dijo lo siguiente: “Creo que no hay sufrimiento mayor que el causado por las dudas de aquellos que desean creer. Sé el tormento que es esto. Pero, sólo lo puedo ver, en mí, como el proceso por el cual se profundiza la fe. Lo que la gente no entiende es cuánto cuesta la fe. Creen que es una manta eléctrica grande, cuando por supuesto, es la cruz.”

Es normal que como creyentes pasemos por períodos de duda e intranquilidad, tal vez llegando incluso a la desesperación. A menudo no nos damos cuenta de que el acto de clamar por ayuda es una demostración de que la fe está muy presente y viva en nosotros.

El andar de fe y nuestras experiencias buenas y malas, son necesarias para acrecentar nuestra fe. Cuando clamamos igual que el padre perturbado de nuestra lectura devocional, quien dijo: “¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!” (Marcos 9:24), estamos expresando la lucha verdadera que vivimos muchas veces con nuestra fe.   Y lo que debemos de entender es que a su manera y en su tiempo, Dios nos dará la seguridad que necesitamos.

  1. Parte del ejercicio que involucra la fe es la confianza, la cual es necesaria si deseamos continuar en nuestro andar con Cristo.
  2. La fe se ejercita viviendo, equivocándonos, aceptando nuestros errores y tratando de vivir una vida que agrade a Dios.

HG/MD

“En él tenemos libertad y acceso a Dios con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:12).