Lectura: Génesis 3:1-10

Alguna vez todos jugamos al juego del escondite, y mientras lo hacíamos lo que posiblemente pasaba por nuestra mente era: “Me van a encontrar”, “¿Por qué no me escondí en un lugar mejor?”  Mientras eso pasaba, nuestros pequeños corazones latían rápidamente y luego todo terminaba en un “Te encontré” o “¡Wow!, gané, no me encontraron”.

Creo que la mayoría de nosotros tenemos muy buenos recuerdos de este juego infantil.  Pero cuando crecemos, ese temor a que nos encuentren en ocasiones vuelve a aparecer, por ejemplo, cuando estamos haciendo algo incorrecto o cuando no queremos hacer lo correcto.

En nuestra relación con Dios muchas veces tendemos a hacer lo que nuestros padres Adán y Eva hicieron: jugar al escondite con Dios, y lo peor de todo es que no podemos escondernos de Él (Salmos 139:7-12), ya que el Señor conoce todos nuestros pensamientos y actos, y eso lo sabemos muy bien, pero aun así nos “gusta fingir” que Él no nos puede ver.

Pese a ello, al igual que hizo con Adán y Eva, el Señor nos busca y nos llama: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9), lo cual, aunque pueda parecernos como el inicio de un regaño o incluso nuestro fin, es en verdad una invitación a salir de nuestro escondite, Dios nos está llamando: “hijo querido, sé dónde estás, no puedes esconderte de mí, vuelve a relacionarte conmigo” (Juan 3:16).

En nuestra mente, aceptar esa invitación puede parecernos arriesgada, pero no debemos equivocarnos ya que quien nos llama no es uno de nosotros, es Dios, y Él quiere que regresemos sin importar cuán lejos creamos estar, el Señor quiere que entendamos que sólo a su lado podemos sentirnos conocidos y amados (1 Juan 4:19).

  1. Regresa hoy, acércate a un Dios que quiere que vuelvas al hogar, a su lado (Lucas 15:11-32).
  2. Sólo Aquel que nos conoce por completo, puede amarnos por completo (Romanos 5:8).

HG/MD

“Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Juan 6:68).