Arqueología e historia
Los recaudadores de impuestos en la época de Jesús eran individuos profundamente despreciados en la sociedad judía. Debido a la ocupación romana de Israel, se les exigía pagar impuestos a Roma, y en Galilea, Herodes Antipas vendía franquicias de recaudación al mejor postor1. Este sistema hacía de la recaudación de impuestos un negocio rentable para personas con bajas normas éticas, quienes buscaban constantemente formas de extraer dinero extra del pueblo, cobrando más de lo necesario e incluso prestando dinero a tasas de interés exorbitantes1.
Estos individuos estaban bien conectados con las autoridades romanas y tenían cierto poder económico, pero eran considerados traidores a su propio pueblo. Trabajaban como agentes de opresión para el imperio romano, recaudando impuestos forzosos y excesivos2. Eran vistos como traidores que extorsionaban dinero a sus compatriotas judíos para apoyar la infraestructura de opresión extranjera y llenar sus propios bolsillos. Como consecuencia, se les consideraba impuros, se les prohibía entrar en sinagogas, no podían atestiguar en tribunales judíos, y eran clasificados como los pecadores más viles1.
La relación de Jesús con los recaudadores de impuestos
Jesús interactúa con los recaudadores de impuestos a lo largo de las escrituras, pero también habla despectivamente sobre ellos, a veces afiliándolos con prostitutas (Mateo 21:31–32) y gentiles (Mateo 18:17). Jesús está de acuerdo en que pagar impuestos es moral (Marcos 12:17), pero desaprueba la corrupción común entre los recaudadores de impuestos. Se encuentran entre los perdidos a quienes vino a buscar (Lucas 19:10) y los enfermos a quienes vino a curar (Mateo 9:10–12).
Marcos 2:15–16 informa de “muchos recaudadores de impuestos y pecadores” entre los seguidores de Jesús. Uno de los 12 discípulos de Jesús, Mateo (también conocido como Leví) fue anteriormente un recaudador de impuestos (Mateo 9:9; Marcos 2:14; Lucas 5:27). En Mateo 21:31–32, Jesús declara que ciertas prostitutas y recaudadores de impuestos entrarían al reino antes que los líderes religiosos porque habían creído en el mensaje de arrepentimiento de Juan. La parábola de Jesús del fariseo y recaudador de impuestos en Lucas 18:10–14 enseña que la justicia propia desagrada a Dios cuando la muestra alguien (incluso un fariseo), mientras que el arrepentimiento agrada a Dios cuando lo muestra cualquier persona (incluso un recaudador de impuestos).
La asociación de Jesús con los recaudadores de impuestos resulta impopular, especialmente entre los líderes religiosos judíos, que consideraban la comunión con los pecadores como una culpa por asociación e igual a un compromiso moral. La comunión en la mesa de Jesús con los recaudadores de impuestos se presenta como algo especialmente escandaloso (Mateo 9:11; Marcos 2:16; Lucas 5:30; 15:1–2), en parte porque se pensó que la comida se compraba con los ingresos obtenidos de impuestos no éticos. Sin embargo, cuando se le acusa de ser amigo de recaudadores de impuestos y pecadores impenitentes, Jesús lo niega junto con la acusación de que es un glotón y un borracho (Mateo 11:18–19; Lucas 7:34).3
Fuentes:
- John MacArthur, Marcos, trad. Ricardo Acosta, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento (Grand Rapids, MI: Editorial Portavoz, 2016), 103.
- Antonio Josué Miranda, Las parábolas de Jesús en su contexto, trad. Joel Sierra (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 2022), 114–115.
- Jeffrey E. Miller, «Tax Collector», en Diccionario Bíblico Lexham, ed. John D. Barry y Lazarus Wentz (Bellingham, WA: Lexham Press, 2014).
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