Lectura: Efesios 4:17-32

Era bastante tarde en la noche, estaba regresando de una visita a unos familiares quienes tenían un hijo enfermo. Debido a la situación dolorosa y complicada que había vivido con mis familiares, solamente estacioné el vehículo ya que quería llegar tan pronto como fuera posible a mi cama para descansar y tener un momento de paz y quietud.

Al girar la llave, el estruendo de la alarma provocó el pánico en mi corazón, el molesto sonido llenó la casa y la calle que hasta ese momento se encontraba callada y, sin duda alguna, las casas de los vecinos que estaban durmiendo.  Por un momento pensé: ¿hay alguien dentro de la casa? ¿Mi familia estará segura? Pero luego recordé que había olvidado desactivar la alarma contra robos.

La ira se parece mucho a eso. En medio de nuestras vidas pacíficas, algo hace girar una llave en nuestro espíritu y activa la alarma. Entonces, nuestra paz interior, sin mencionar la tranquilidad de quienes nos rodean, se ve interrumpida por la fuerza perturbadora de nuestras emociones explosivas.

A veces, el enojo llama apropiadamente nuestra atención debido a alguna injusticia que debe ser resuelta y tratada, y nos estimula a una acción justa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, es la violación de nuestras expectativas, derechos y privilegios lo que enciende egoístamente nuestra ira.

En todo caso, es importante saber por qué suena la alarma y responder de una manera piadosa. Pero, una cosa es segura, la ira no debe prolongarse sin ser controlada. No es de extrañar que Pablo nos recuerde la advertencia del salmista: “Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo” (Efesios 4:26; Salmo 4:4).

  1. La ira no controlada es causa de alarma.  Desgraciadamente, en estos días de Navidad también se elevan las agresiones intrafamiliares; oremos por la paz en nuestros hogares y de quienes nos rodean.
  2. Si eres una de esas personas que es dominada por la ira, ora a Dios para que te ayude a controlar tus emociones e impulsos violentos (2 Timoteo 1:7), pide perdón a quién hayas ofendido, pero sobre todo no lo vuelvas a hacer y ten dominio propio, sométete a la disciplina y voluntad de Dios.

HG/MD

“Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Timoteo 1:7).