Lectura: Hechos 27:21-36

El desaliento es un problema para muchos creyentes.  Algunos de ellos están angustiados por la salud, la familia o el trabajo, y otros hasta están desalentados acerca de su servicio espiritual.  Ellos se comparan a sí mismos con otras personas que están dotados con talentos musicales o con una  capacidad extraordinaria para hablar y enseñar la Biblia. Ellos ven a personas que son capaces de dar con generosidad y de orar con evidente elocuencia, y piensan que no pueden o no están preparados para hacer este tipo de cosas.  Como resultado, sienten que no le sirven para nada a Dios.  Sin embargo, tienen que darse cuenta que todo creyente está calificado para llevar a cabo al menos un muy útil servicio, el ministerio del ánimo y aliento.

Un reconocido predicador estaba caminando un día de Birmingham, Inglaterra, donde pastoreaba una gran iglesia. Este predicador estaba bajo una nube oscura de tristeza, cuando una mujer se le acercó y le exclamó: “¡Dios te bendiga! ¡Si tan sólo pudieras saber, lo bien y bendecida que me has hecho sentir cientos de veces!”.  Luego ella siguió apresurada su camino.  Más tarde este predicador testificó: “La niebla se rompió, la luz del sol llegó, y respiré el aire puro y libre de las montañas de Dios.”

El apóstol Pablo sabía lo importante que era el ser animado por los demás (Filipenses 2:19), también Él sabía que tenía que ser animador (Hechos 20:2; 27:35-36). Eso es un ministerio en el que todos podemos participar.

  1. Puede parecer insignificante, decir una o dos palabras, pero cuando son de estímulo, ¡qué maravillosas pueden ser!
  2. Incluso si no tienes nada más que dar, siempre puedes dar aliento a alguien que lo necesite.
  3. Hoy te alentamos a compartir con al menos una persona, palabras de ánimo o agradecimiento.

NPD/VCG