Lectura: Filipenses 3:20-4:1

El ministro y ensayista F.W. Boreham (1871-1959), nos dejó las siguientes palabras: “Llegará el momento en que el breve día de mi vida se diluirá en el manto de la noche… las horas de mi ocaso vendrán… y luego, sé que, de la penumbra surgirá una aurora más clara que cualquier otro amanecer que jamás haya yo experimentado.  De entre los últimos matices del ocaso surgirá un día como nunca antes haya yo conocido; y un día que me restaurará todo lo que los demás días me han arrebatado, un día que jamás se perderá en el crepúsculo”.

Estas poéticas palabras nos hacen meditar sobre el tiempo y su exorable caminar, si todavía eres joven y lleno de energía, te será difícil en este momento de tu vida, entender los sentimientos que afligen a muchas personas mayores.

En muchas ocasiones, envejecer trae consigo dolor y pérdida, y hasta algo de melancolía por los días del verano que jamás volverán y las personas que ya no nos acompañan; viven la misma realidad que afrontó David cuando dijo: “Yo he sido joven y he envejecido” (Salmos 37:25).

Más lo que debe hacernos continuar nuestro andar de fe, no debe ser la edad, el blanquear de nuestras cienes, las fuerzas físicas que tengamos, o las habilidades con que contamos, lo que debe impulsarnos a seguir es saber que tenemos una deuda de amor con Dios, lo cual nos debe comprometer con su causa y sobre todo con saber que Él permanecerá fiel sin importar la etapa de la vida por la cual estemos pasando.

  1. Nunca olvidemos las palabras de nuestro Señor Jesús: “Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).
  2. Sin importar la edad, mientras tengamos vida en este mundo, debemos servir al Señor con toda nuestra mente, corazón y fuerzas.

HG/MD

“Aun en la vejez fructificarán. Estarán llenos de savia y frondosos” (Salmos 92:14).