Lectura: Juan 3:13-18

En una mañana de domingo de resurrección, en el servicio dominical saludé a una persona con las siguientes palabras: “Feliz Navidad”, rápidamente me corregí, “perdón lo que quise decir fue: Feliz Domingo de Resurrección”.

Al recordar aquella equivocación, me quedé pensando que no habría existido una sin la otra. Sin la encarnación o el nacimiento de Jesús, no habría Domingo de Resurrección, sería como cualquier otro día, y, es más, ni siquiera estaría establecida la iglesia como hoy la conocemos.

Tanto la Natividad como el Domingo de Resurrección, son celebraciones alegres. En la primera recordamos como Dios: “…la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).  Mientras que en la segunda, celebramos la resurrección de Jesús: “No está aquí; más bien, ha resucitado…” (Lucas 24:6). 

Desde la eternidad, esos dos días estuvieron intrínsicamente unidos en el Plan de Dios, Jesús nació para morir por nuestros pecados y conquistar la muerte con el fin de que pudiéramos vivir.

  1. Hoy recordamos la resurrección y la vida, ambas son evidencias del amor de Dios.
  2. La Natividad y la Resurrección son capítulos de un mismo libro.  

HG/MD

“Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá.” (Juan 11:25).