Lectura: Lamentaciones 3:25-33

Era todo un desastre, Jerusalén estaba literalmente quemándose y el profeta de Dios que tuvo que presenciar esa tragedia y lloraba amargamente.  Los judíos se habían vuelto duros de corazón, y habían prestado oído y atención a los placeres y las cosas temporales, mostrando con sus acciones que habían decidido abiertamente no oír las advertencias divinas dadas por Jeremías sobre el juicio venidero de Dios.

Ahora estaban cosechando el fruto de sus acciones viviendo la horrenda realidad del castigo, esta es la historia plasmada en las páginas de libro Lamentaciones, y que el profeta Jeremías registró para nuestro aprendizaje sobre toda aquella historia de desobediencia.

Para ello utilizó una técnica llamada acróstico alfabético, él utilizó una técnica memorística de escritura que usa al inicio de sus frases las 22 letras del alfabeto hebreo, esto para que sus hermanos recordaran más fácilmente lo que detalló en sus escritos, Jeremías dedicó deliberada e intencionalmente un tiempo para reflexionar sobre su corazón quebrantado formulando en su escritura sus sentimientos, expresándolos literalmente de la A a la Z.

Y en medio de todo su dolor, el Señor puso en su corazón el consuelo que sólo Él puede dar, trayendo esperanza a su corazón de un mejor futuro que estaba cimentado en la soberanía y la bondad del Señor, y estas son las palabras que Dios llevó a su corazón entristecido: “Ciertamente el Señor no desechará para siempre. Más bien, si él aflige, también se compadecerá según la abundancia de su misericordia” (Lamentaciones 3:31-32).

  1. Puede ser que estés pasando por una situación dolorosa que ha traído tristeza a tu vida, quizás este sea el momento para detenerte y parar de lamentarte, al reflexionar en un mejor futuro, depositando nuestra fe en un Dios que es bondadoso y dador de oportunidades, pon tu confianza nuevamente en Él, exprésale a Él lo que sientes y luego deja que el Señor te ame.
  2. El consuelo y esperanza duraderos tan sólo provienen de Dios.

HG/MD

“Porque el Señor disciplina al que ama, como el padre al hijo a quien quiere” (Proverbios 3:12).