Lectura: Lucas 9:23,24.

La naturaleza es violenta. La vida y la muerte es la ley de la selva, del bosque y de las corrientes de agua. El león acecha a la gacela. La garza azul se queda inmóvil al borde de un estanque con su largo pico listo para matar. A cierta altura, un halcón de cola roja mantiene cerca sus mortales garras mientras observa el movimiento en la grama de abajo. Una familia de leopardos vive a expensas de la lenta cebra. El lucio diezma un cardumen de percas pequeñas. El dolor de un conejo es lo que mantiene viva al águila. Cada uno sobrevive por la muerte del otro.
El principio de que nada vive a menos que algo muera se extiende más allá de la naturaleza. También se aplica a nuestro andar con Dios.

Míralo de esta manera: todos hemos cometido pecados que disfrutamos mucho. Puede haber sido algo tan privado como mentir acerca de una asignación de lectura, o pensar lascivamente en una persona mientras estabas en la clase de historia. O puede haber sido tan grave como robar en el centro comercial o emborracharse en una fiesta.

La pregunta es esta: ¿de dónde vinieron los deseos que llevaron a esa clase de conducta? La respuesta es: de nuestros corazones. Nuestra manera de pensar se hizo presa de la carne y actuamos en base de nuestros impulsos.

¿Cómo paramos? ¿Qué podemos hacer para obedecer al Espíritu Santo y no a nuestros deseos pecaminosos? Lo mismo que hace la naturaleza: matar esos deseos. Sé con ellos tan implacables como lo es la zorra con la perdiz. Mientras permitas que esos deseos vivan, te van a causar un dolor personal y la desaprobación de Dios.

Es por eso que el Señor dijo tan claramente a sus discípulos, y a nosotros, que debemos morir al yo si es que vamos a escogerlo a Él (Lucas 9:23,24). Debemos optar continuamente por dejar morir el yo de manera que el Espíritu pueda tener el control. Jesús murió para que pudiéramos tener vida espiritual, y nosotros debemos morir a nuestros deseos egoístas para que Él pueda vivir por medio de nosotros.
Mira en tu interior. ¿Qué tiene que morir en ti para que Él pueda vivir más libremente dentro de ti?

1. Si leo Romanos 8:12-18 de nuevo, ¿lo puedo resumir en mis propias palabras?
2. ¿Cuáles placeres o hábitos pecaminosos he estado protegiendo egoístamente y manteniendo vivos? ¿Qué pasos puedo dar para matarlos?

3. Señor Jesús, ayúdame a matar en mí lo que tiene que morir para que tu Espíritu pueda tener una mayor influencia y control. Amén.

NPD/MD