Lectura: Jueces 2:11-23

Reinaba el caos, nunca había experimentado algo así.  De camino al aeropuerto en las afueras de la capital, había un puente que tenía un desperfecto en una de sus juntas de expansión, lo cual provocaba que todo el tráfico circulara lentamente, ya que los conductores no querían dañar la suspensión de sus autos.  Las presas se extendían por kilómetros, afectando intersecciones en las que todos los automovilistas querían avanzar en diferentes direcciones al mismo tiempo, lo que ocasionaba que el avance en algunos momentos fuera de centímetros luego de una hora de estar en el atasco vial.  Las pasiones encendidas, más el hecho que no había semáforos ni inspectores de tráfico suficientes para poner orden en este caos; la convertía en una situación fuera de control y no existía ley que valiera, solamente la del más fuerte u osado.

En la antigüedad, cuando el pueblo de Dios aún no tenía ley, sucedía una situación similar.  A pesar de tener la ley de Dios, la gente optaba conscientemente por ignorarla y hacían lo que les parecía (Jueces 17:6).  ¡Qué precio tan alto pagaron por esa libertad!  En el libro de los Jueces se nos cuenta de las innumerables desobediencias del pueblo de Israel, teniendo como resultado la opresión en manos de pueblos viles y paganos.

Desgraciadamente este fenómeno se sigue repitiendo en muchas personas, aun en aquellas que dicen abiertamente amar a Dios; no obstante, deciden desobedecer abiertamente lo que Dios en su Palabra nos revela debemos hacer para nuestros días.  Creen que tienen la libertad de crear sus propias y convenientes ideas con respecto a Dios y su trato con ellos.  Estas personas están fuertemente influenciadas por la cultura pagana y malvada, viven pensando que ellos son el centro de todo lo que ocurre y andan de acuerdo con sus propios deseos.  El resultado de esta receta es confusión moral y espiritual.

Si en verdad queremos tomar en serio la Palabra de Dios, debemos mostrarle al mundo que es Cristo quien nos da verdadera libertad para hacer lo que es correcto.

  1. La libertad nos da el derecho de hacer lo que le place a Dios, no lo que nos plazca a nosotros mismos.

 

  1. Cuando entendemos la libertad que tenemos en Cristo, comprendemos que es a Él a quien en verdad debemos servir.

HG/MD

“Y, una vez libertados del pecado, han sido hechos siervos de la justicia.” (Romanos 6:18)