Lectura: 2 Pedro 1:1-8

El recordado evangelista Billy Graham (1918- 2018), una vez contó la historia de la conversión de Asbury, H.C. Morrison (1857-1942), fundador del Seminario Teológico; recordó que en aquel entonces este hombre era un simple agricultor, y un día cuando estaba arando su tierra, vio a un viejo predicador que venía en su caballo.

Este hombre sabía quién era aquel anciano, conocido por ser generoso y piadoso.  Mientras lo veía pasar, sintió una fuerte convicción de pecado y calló de rodillas entre los surcos de su terrero, mientras estaba allí de postrado, entregó su vida al Salvador.  Al terminar de contar la historia de este hombre, Billy Graham oró con las siguientes palabras: “Oh Dios, hazme un hombre santo”.

La verdadera grandeza se deriva de lo que somos.  Aunque no parezca que estamos siendo observados por otros, lo estamos siendo, y es ahí donde la Gracia de Dios debe reflejarse en nuestra manera de vivir.  No importa a que te dediques, recuerda que tu testimonio es una poderosa herramienta que otros ven, no importa si estás postrado en una cama, tu vida puede dar fruto.

  1. Tu vida solamente será de bendición para otros, si permaneces en una estrecha relación con Jesús (Juan 15:1-11).  Sólo entonces tendrás el fruto que permanece.
  2. Una vida santa y consagrada para Dios es el testimonio más potente que hay.

HG/MD

«Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos delante de nosotros» (Hebreos 12:1)