Lectura: Hebreos 12:18-24

Aquella había sido una noche especialmente tormentosa, las gotas de lluvia caían con fuerza sobre el tejado, los relámpagos destellaban a lo lejos iluminando las nubes como si alguien encendiera y apagara las luces desde arriba.  De repente la luz y todo el alumbrado se apagó y todo quedó en la más profunda oscuridad.

Los niños nerviosos buscaban las manos protectoras de sus padres, y en sus mentes infantiles empezaron a surgir toda una serie de monstruos que deambulan en su imaginación.  Como vieron que no regresaba el fluido eléctrico, todos se fueron a dormir y los padres tuvieron que abrirles un espacio en su cama a los dos pequeños.

Finalmente, la luz del amanecer hizo su aparición, la lluvia había pasado, la tormenta se había disipado, el sol salió y los pájaros cantaron como nunca, el gozo de la luz del día los había hecho olvidar la fría y oscura noche.

En nuestra lectura devocional el autor del libro de Hebreos recuerda que los israelitas tuvieron una experiencia impresionante e impactante en el monte Sinaí, fue tan terrible que se escondieron debido al miedo (Éxodo 20:18-19).  La extraordinaria presencia de Dios, aun luego de darles sus leyes, los aterrorizó.  Esto se debía a que, por ser pecadores, no podían vivir a la altura de los estándares divinos y el pecado aun los dominaba, los hacía andar en tinieblas y temor (Hebreos 12:18-21).

Lo que no entendieron los israelitas en aquel momento fue que Dios es la luz pura y verdadera, en Él no hay tinieblas (1 Juan 1:5), por lo que quien lo sigue “…nunca andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Debemos comprender que efectivamente ningún ser humano está a la altura de los estándares de Dios, y al asimilar esta realidad a lo único que podemos recurrir es a la Gracia que Él nos brinda y que no podemos obtener por nosotros mismos: salvación y esperanza en Cristo (Efesios 2:8-9).

  1. Señor gracias por trasladarme del mundo de la oscuridad a tu luz maravillosa.
  2. Cuan agradecidos debemos estar pues nos encontrábamos perdidos y sin esperanza en la noche tormentosa, cuando Dios nos iluminó y rescató.

HG/MD

“Jesús les habló otra vez a los fariseos diciendo: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).