Lectura: Salmos 119:169-176

La mayoría de nosotros vive en países en los cuales la comida es abundante, y donde comúnmente las personas no sufren por aguantar hambre, sino más bien por enfermedades relacionadas con los excesos en las comidas.

Es por ello que una gran generalidad nunca padecerá de lo que médicamente se conoce como inanición, o dicho en palabras simples, de una gran debilidad causada por la falta de alimentación. Esta terrible situación causa que al inicio las víctimas tengan ansias insaciables por la comida, pero con el tiempo el cuerpo se empieza a debilitar, la mente se embota y esto hace que el deseo por comer empiece a desaparecer, y las personas llegan incluso a no querer comer, aunque tengan un bocado de comida al frente.

El hambre espiritual sigue un patrón muy parecido.  Cuando nos alimentamos diariamente de la Palabra de Dios es natural sentir “hambre espiritual”, pero cuando empezamos a descuidar nuestro andar diario con Dios, podríamos empezar a sufrir efectos espirituales por la falta de alimentos. Al inicio nos sentiremos mal y hasta culpables por descuidar nuestra relación con Dios, y puede ser que en algunas ocasiones esto sea suficiente para enderezar nuestro camino; pero también es una realidad que cuando dejamos de leer y estudiar Su Palabra, hablar con Él, y reunimos con otros que también quieren aprender sobre Dios, poco a poco empezamos a sufrir los síntomas de inanición espiritual, hasta llegar al punto de no querer acercarnos a Él, a otros creyentes, ni compartir Su Palabra.

¿Has descubierto que amas hacer cualquier otra actividad más que hablar con Dios?, ¿disfrutas la lectura de cualquier otro libro más que la Biblia?, ¿amas a cualquier persona más que a Jesús?, si has contestado a cualquiera de estas preguntas afirmativamente, esta debe ser una alarma a la que debes prestar atención para corregir este comportamiento nocivo que entorpece tu relación con Dios.

  1. Si estás perdiendo el gusto por fortalecer tu relación con Dios, lo primero que tienes que hacer, como cualquier otro problema, es reconocerlo y pedir ayuda a otros, y sobre todo a Dios, para que Él reavive tu necesidad de alimento espiritual.
  2. ¿Cuánto tiempo pasas leyendo tu Biblia y estudiando sus principios para la vida?  ¿Extrañas a Dios cuando no has pasado tiempo con Él?

HG/MD

“¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel en mi boca!” (Salmos 119:103).