Lectura: Josué 1:1-9

Quizás, de las cosas en las que más debemos mejorar los creyentes es la oración, es más, debería darnos vergüenza algunas oraciones que hacemos.  En ocasiones utilizamos frases sin sentido, que más que una oración, parecen rellenos de una conversión vacía y sin la reflexión necesaria; tomemos como ejemplo: “Señor, quédate conmigo”.  Al decir esto estamos desconociendo algo que Él ya prometió, Dios nunca nos abandonará.

Hagamos un poco de memoria, Dios le hizo esa promesa a Josué, justo antes de que le permitiera que él guiara a su pueblo para entrar a la tierra prometida (Josué 1:5).  Luego el Señor reafirma esta promesa al despedirse de sus discípulos “…Y he aquí, yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20).

Posteriormente, el autor de Hebreos nos vuelve a recordar esta promesa de Dios: “Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé” (13:5).

En todos estos casos, el contexto nos indica que la presencia de Dios tiene que ver con darnos el poder para hacer su voluntad y no la nuestra, misma que en una buena cantidad de oraciones sale a relucir.

  1. Al hacer su voluntad estamos siendo obedientes a Él, si no estamos haciéndola, entonces debemos pedirle perdón, cambiar nuestra dirección y seguirlo.  Su presencia, el Espíritu Santo, siempre está ahí en el caso de los creyentes, y es la que en verdad nos hace evaluar nuestro andar de fe.
  2. Así que, la próxima vez que ores, en lugar de pedir su presencia da gracias por el Espíritu Santo que ya mora en ti, por su guía (Juan 14:26) y para que seas lo suficientemente humilde como para aceptar la mejor de las voluntades, la de Dios.

HG/MD

“Sean sus costumbres sin amor al dinero, contentos con lo que tienen ahora porque él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé” (Hebreos 13:5).