Lectura: Salmo 107:23-32
Por muchísimos años los faros, esas torres de señalización luminosa situadas en el litoral marítimo o tierra firme; han tenido como objetivo servir de referencia y aviso costero o aéreo para navegantes, con el fin de advertirles su proximidad a la costa.
Estos faros han salvado la vida de muchísimos navegantes, y varios de ellos están agradecidos y los ven como una evidencia de la esperanza o salvación de Dios, en un momento cuando era difícil saber dónde se encontraban.
En la vida encontraremos océanos de circunstancias difíciles, nieblas de dudas que nos harán complicado encontrar donde está la verdad.
Por ello, al igual que aquellos navegantes, necesitamos una guía, un lugar seguro, y siempre contar con nuestro propio faro. El salmista entendía que Dios es el único que puede calmar las aguas turbulentas y guiarnos a puertos seguros. Por eso, escribió: “Él trae calma a la tempestad, y se apaciguan sus olas. Entonces se alegran porque ellas se aquietan, y él los guía al puerto que desean” (Salmo 107:29-30).
Por supuesto, nadie desea atravesar tormentas en su vida, pero debemos entender que estas pueden ayudarnos a valorar más la guía y la protección que Dios ofrece mediante la luz del Espíritu y de su Palabra.
- Señor, anhelamos el puerto seguro de tu amor; sólo tú puedes ser nuestro faro supremo de esperanza.
- Ayúdanos a buscar tu luz para que nos guíe a través de las tormentas de la vida.
HG/MD
“¡Bueno es el Señor! Es una fortaleza en el día de la angustia y conoce a los que en él se refugian” (Nahum 1:7).
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