Lectura: Lamentaciones 3:19-33

La tristeza y la pena son de las cosas más democráticas de la vida. Estas nos afectan a todos, en mayor o menor grado.

A veces países enteros sufren. En los 80`s muchos fuimos testigos de las injusticias del muro de Berlín, en los 90´s nos quedamos horrorizados la guerra del golfo.  En los 2000`s las guerras de Irak y los diferentes atentados terroristas y los desastres naturales que llevaron muerte y sufrimiento a muchas familias y para terminar la reciente pandemia.  

Y muchos nos hemos conmovido por tragedias de menor escala tales como: accidentes, enfermedades, rupturas familiares, problemas financieros. Independientemente de nuestras propias tendencias optimistas, la pena en algún momento nos visitará a todos nosotros.

Pero hay otra cara de esto. No importa cuán trágica pueda ser nuestra vida, o si nos deprimimos o nos desesperamos, en lugar estar felices y alegres, nunca debemos de quedarnos sin esperanza.

La vida no es una serie de circunstancias accidentales. La vida tiene también una dimensión espiritual que puede ser impulsada por el amor de Dios, Su misericordia y gracia.

Miremos, por ejemplo, en Lamentaciones 3. En este pasaje, aunque se nos cuenta de la miseria en que vivían los habitantes de Jerusalén, aún existe esperanza. En medio de las masacres al por mayor y la devastación que la ciudad había vivido, el autor inserta la mejor esperanza para la humanidad, la razón para seguir adelante: el gran amor de Dios. Para hacer frente a la aflicción y la tristeza, el escritor habló de la compasión de Dios, Su fidelidad, Su bondad y Su salvación (vv.22-26).

  1. No importa lo que podríamos estar sufriendo, podemos estar seguros de que Dios nunca nos dejará sin esperanza.
  2. Ninguna persona está sin esperanza, si su esperanza está puesta en Dios.

HG/MD

“Oh alma mía, reposa solo en Dios porque de él es mi esperanza” (Salmos 62:5).