Lectura: Salmos 32:1-11

Luego de 30 años de pasar evadiendo la ley, el hombre hizo una llamada a un noticiero de televisión, y preguntó si querían tener una primicia noticiosa, debían ir al mediodía del siguiente día a un determinado hotel, donde se entregaría a la policía.

Su larga fuga inició luego de haber sido condenado a una sentencia de un año por estafa a un grupo financiero. En su vida como prófugo logró ganar mucho dinero por medios legales, debido a que era un hombre muy hábil para los negocios; no obstante, tenía que cambiar de ciudad y de nombre constantemente, siempre estaba verificando que nadie lo siguiera y nunca pudo formalizar ninguna relación por temor a que su pasado lo alcanzara en cualquier momento.

Luego del arresto, el abogado de este hombre dijo lo siguiente: “Si alguien puede sentirse bien de que lo arresten es él, esto simplemente puso fin a su sufrimiento y su constante estrés”.

Existe alivio al reconocer nuestros errores.  En el Salmo 32, el rey David escribió con respecto a la insatisfacción que sentía mientras ocultaba su pecado: “Mientras callé se envejecieron mis huesos en mi gemir todo el día.  Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano” (v.3-4).

Pero, ¿por qué aferrarse a los errores sabiendo que causarán mucho daño?  ¿Qué ganancia hay en que trates de ocultarte de Dios, sabiendo que Él conoce lo que estás haciendo? Ya has sido descubierto por el Señor, no tiene sentido seguir fingiendo que todo está bien; cuando finalmente hagas esto podrás decir como David: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada y ha sido cubierto su pecado… y en cuyo espíritu no hay engaño” (v.1-2).

  1. ¡Basta de huir!  Cuando reconoces tus equivocaciones ante Dios, y pides su ayuda para mejorar, el alivio llega a tu vida.
  2. El pecado produce tristeza y temor, mientras que el arrepentimiento produce libertad.

HG/MD

“Porque la tristeza que es según Dios genera arrepentimiento para salvación, de lo que no hay que lamentarse; pero la tristeza del mundo degenera en muerte” (2 Corintios 7:10).