Lectura: Lucas 14:16-26

Las autoridades que cuidan los recursos naturales tienen un trabajo muy difícil cuando se trata de especies invasoras. Para citar un ejemplo, en California tienen un gran problema con la hiedra alemana (Senecio mikanioides), esta planta además de ser tóxica y de rápido crecimiento compite por espacio con otras especies nativas, quitándoles el sol y literalmente secándolas.

En Australia, hace ya algún tiempo, están enfrentando un grave problema con las ranas de cañaveral (Rhinella marina), las cuales fueron introducidas en Australia en 1935 con el fin de combatir una plaga de escarabajos en las plantaciones de azúcar del estado nororiental de Queensland, esto se ha convertido en una amenaza debido al crecimiento exponencial de su población, y porque al ser ingeridas por otras especies que son autóctonas, en su mayoría mueren ya que no forman parte de su cadena alimenticia.

Al pensar en este tipo de especies invasoras, podemos aprender principios aplicables para nuestra vida.  El Señor nos advirtió que cualquier cosa que compita por el primer lugar en nuestros corazones, incluso el amor natural por nuestros seres queridos, puede ser peligroso si nos impide seguirlo (Lucas 14:16-20).   Nuestro Señor exige de nuestra parte todo nuestro amor y lealtad.

Al entender que Jesús debe estar por encima de todo, aprenderemos a amar a nuestras familias con un tipo de amor aún más profundo y saludable.  Pero, cuando dejamos que el egoísmo y otras cosas ocupen un lugar predominante en nuestras vidas, harán lo que la hiedra y las ranas le hacen al ambiente, poco a poco ocuparán un lugar que no les corresponde y evitarán que realmente cumplamos con el objetivo para el cual fuimos creados: conocer a Dios (Juan 17:3).

  1. No permitamos que nada compita con Cristo, quitemos de nuestra vida a las especies invasoras que buscan un lugar cerca de tu corazón.
  2. Cuanto más amemos a Jesús, más amaremos a los demás.

HG/MD

“Grandes multitudes iban con él, y él se volvió y les dijo: “Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:25-26).