Lectura: Juan 19:16-30

El Señor Jesús está en el momento cumbre de su ministerio en esta tierra, ahora se encuentra sobre el cruento madero con sus manos extendidas mientras una multitud que hacía sólo 5 días atrás lo vitoreaba, ahora lo menosprecia.

Termina este episodio de su vida con estas simples palabras: “Consumado es” (Juan 19:30), el evangelista usa la palabra griega “Tetelestai”, que significa: consumado, acabado, completo.

Este fue un grito de culminación, de victoria y de satisfacción por la labor cumplida.  En tan sólo esta poderosa palabra, el Salvador declara un hecho inobjetable, una verdad tan grande que el frustrado y desperado Satanás ha tratado de esconder de las mentes de las personas; esa palabra dicta sentencia definitiva sobre el destino del enemigo y abre las puertas que habían estado cerradas desde la caída en el Edén (Génesis 3:15).

Como resultado maravilloso, hoy millones y millones de almas descansan en esa verdad, no obstante, aún existen personas que no comprenden ni aceptan que la salvación es un trabajo ya terminado.  No hay nada más que hacer, pero insisten en creer que pueden ser más merecedores del amor de Dios, si realizan obras y sacrificios, siendo que Jesús ya pagó todo el precio por nuestra salvación (Efesios 2:8-10).

Hoy, al volver a pensar por un momento en aquel terrible instante frente a aquella cruz, podemos sentir la agonía y la oscuridad que lo envolvió, y cómo esas tinieblas fueron traspasadas por una simple palabra: “Tetelestai”. Fue tan poderoso ese momento que la tierra tembló, las rocas se partieron, el velo del templo se rasgó y se abrieron los sepulcros (Mt. 27:51-52), su obra de salvación estaba completa. “¡Alabado sea mi Dios; este trabajo ya está terminado por amor a mí y a ti!”.

  1. ¡La cruz nos recuerda que el Dios hecho hombre murió con los brazos abiertos por amor a ti y a mí, y que hoy está vivo y nos tiene preparado un lugar!
  2. La salvación no se puede ganar, tan sólo debe ser aceptada, hay UNO que ya pagó el precio.

HG/MD

“Porque Cristo también padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios; siendo a la verdad muerto en la carne pero vivificado en el espíritu” (1 Pedro 3:18).