Lectura: Jeremías 17:5-10

Un hombre a quien le gustaba mucho la pesca, por fin había podido ahorrar lo suficiente para comprarse una pequeña embarcación de motor.

El hombre al parecer, no era nada supersticioso, porque lo llamó Titanic II, como el recordado barco de lujo que chocó contra un iceberg y se hundió en 1912. Tenía plena confianza en la compra que había hecho y de que pasaría muchas horas de diversión y descanso en esa embarcación.

En el viaje inaugural del Titanic II se dirigió a uno de sus lagos favoritos y fue exitoso al inicio. No obstante, cuando quiso regresar, le empezó a entrar agua a la barca.  A los pocos minutos, estaba con su chaleco salvavidas en medio del lago esperando a que lo rescataran.  Cuando sus amigos le pidieron la versión de los hechos él indicó: “Me avergoncé un poco. Además, estaba bastante cansado de que los rescatistas que eran pescados conocidos, me preguntaran si había chocado contra un iceberg”.  Uno de sus amigos bromeando le dijo: “No era una embarcación muy grande… ¡me parece que un pequeño cubo de hielo podría haberla hundido!”.

La historia del Titanic II es bastante irónica; debe hacernos pensar en el Titanic original y en el peligro de poner nuestra confianza en el objeto equivocado. Los constructores de aquel transatlántico tenían plena confianza en que su barco jamás se hundiría. Pero ¡cuán equivocados estaban!

Es por ello que debemos recordar las palabras del profeta Jeremías quien nos recuerda: “…Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta del Señor.” (Jeremías 17:5).

  1. En algún momento de nuestra vida todos hemos sido tentados a buscar la seguridad en personas o cosas, pero, finalmente, el tiempo nos ha enseñado que el único estable y que nunca nos decepcionará, es Dios; siempre debemos confiar en Él.
  2. Si estás confiando en otra cosa o persona que no sea Dios, cuidado, puedes ser el siguiente Titanic.

HG/MD

“Así ha dicho el Señor: Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en lo humano y cuyo corazón se aparta del Señor” (Jeremías 17:5).