Lectura: 1 Tesalonicenses 4:13-18

Todos los que alguna vez hemos volado en un avión, sabemos que previo al despegue, la tripulación realiza un número determinado de labores que hacen más seguro el vuelo.  De esta misma forma los pilotos, a quienes no vemos comúnmente debido a las medidas de seguridad que se toman hoy día en las aeronaves, también tienen que cumplir un protocolo antes de obtener el “autorizado para volar” que emite la torre de control.

Dentro de esos controles o requisitos que el piloto debe cumplir, se encuentra el plan de vuelo que incluye por supuesto su ruta de viaje y el destino final.  Los pilotos están acostumbrados a cumplir con este requisito, pues en el transcurso de su vida como aviadores les tocará despegar y aterrizar tanto en los grandes aeropuertos conocidos, como en pistas de territorios desconocidos, ocasiones en las que deberán seguir instrucciones precisas para tener un vuelo seguro.

Los pilotos tienen que volar a “ciegas” en ciertas circunstancias, por ejemplo debido a condiciones climáticas tales como tormentas o neblina densa, y deben mantener el curso confiando en los instrumentos de vuelo y en las indicaciones de la torre de control.  En otros momentos les toca volar utilizando puntos de referencia conocidos como cimas de montañas, ríos, poblados, etc.  El piloto siempre debe estar bien preparado para cumplir con su plan de vuelo.

Como creyentes en Jesús, también debemos tener un “plan de vuelo”.  Sabemos de antemano nuestro destino final: el cielo; y que debemos obedecer los mandatos de Dios para nuestro tiempo.

Sabremos que estamos a punto de llegar a nuestro destino final, cuando suceda lo descrito por el apóstol Pablo en 1 Tesalonicenses 4:16-17: “Porque el Señor mismo descenderá del cielo con aclamación, con voz de arcángel y con trompeta de Dios; y los muertos en Cristo resucitarán primero.  Luego nosotros, los que vivimos y habremos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para el encuentro con el Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor”.

  1. ¡Cuán bueno es saber que nuestro destino final es seguro y aparecerá ante nuestra vista en el momento que el Señor determine!

 

  1. ¡Cuánto más conozcamos y amemos al Señor, más anhelaremos estar ante su presencia!

HG/MD

“Por tanto, aliéntense los unos a los otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18).