Lectura: 1 Corintios 2:6-16

En muchas ocasiones nos olvidamos de la trascendencia del Espíritu Santo, Él es Dios y es tan increíble y maravilloso que es capaz de entrar en nuestro ser y cambiarlo de una manera radical, transformándonos en una nueva criatura (2 Corintios 5:17).

Y es que el Espíritu Santo no es una fuerza impersonal.  La Biblia lo describe como Dios. Posee los atributos divinos: está en todos lados (Salmo 139:7-8), sabe todo (1 Corintios 2:10-11) y su poder es ilimitado (Lucas 1:35). También hace cosas que sólo Dios puede hacer: crear (Génesis 1:2) y dar vida (Romanos 8:2).

Es igual en todo sentido a las otras dos Personas de la Trinidad: el Padre y el Hijo.  El Espíritu Santo toma decisiones de acuerdo con su voluntad (1ª Corintios 12:7-11). El Espíritu Santo es Dios, la tercera «Persona» de la Trinidad. Como Dios, el Espíritu Santo puede funcionar verdaderamente como consejero y consolador, tal como lo prometió Jesús. (Juan 14:16, 26; 15:26).

El Espíritu Santo es una Persona que se envuelve de manera personal en nuestra vida. Se entristece cuando pecamos (Efesios 4:30), nos enseña (1 Corintios 2:13), nos guía (Juan 16:13), nos concede dones espirituales (1 Corintios 12:11) y nos da seguridad de la salvación (Romanos 8:16).

Y, por último, pero no menos importante, el Espíritu Santo puede ser contristado (Efesios 4:30).  También intercede por nosotros (Romanos 8:26-27).

  1. Si hemos recibido el perdón de nuestros pecados por medio de Jesucristo, el Espíritu Santo mora en nosotros (2 Timoteo 1:14); desea transformarnos para que seamos cada vez más semejantes al Señor.
  2. Cooperemos con el Espíritu Santo leyendo la Palabra de Dios y apoyándonos en Su poder para obedecer y cumplir lo que hemos aprendido.

HG/MD

“Pues ¿Quién de los hombres conoce las cosas profundas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie ha conocido las cosas profundas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:11).