Lectura: Efesios 5:1-10

Un amigo estaba haciendo teletrabajo en su casa, y realizaba un informe muy importante para el jefe.  Su pequeña de 4 años, disfrutaba mucho de la presencia de su papá y normalmente acostumbraba entrar a la oficina que habían habilitado en uno de los cuartos desocupados de la casa, y aunque generalmente no hacía mucho ruido, ese día estaba especialmente activa, tomando cosas del escritorio, moviendo objetos de un lugar para el otro, pintando, abriendo y cerrando cajones.

Su papá soportó la situación hasta que la pequeña se pinchó con el filo de una tijera con la que estaba cortando una revista, y por supuesto gritó y empezó a llorar.  Él reaccionó con exasperación y dijo: “Es suficiente”.  La sacó de la habitación y cerró la puerta.

La mamá quien también estaba en la casa realizando teletrabajo, encontró a la niña llorando en su cuarto y trató de consolarla.  Le dijo: “¿Todavía te duele el dedo?”  La niña entre sollozos le dijo: “No”.   Su mamá le preguntó: “¿Entonces por qué continúas llorando?”.  Entre lágrimas la niña le dijo: “Es que cuando me pinché el dedo, papi se enojó, y no me preguntó qué me había pasado”.

En ocasiones esto es todo lo que necesitamos, que a alguien le importe lo que nos pasa y que reaccione con bondad y compasión y que nos diga: “¿Qué te pasa?”

  1. Jesús nos ama, y comprende nuestras angustias y dolores entregándose por nosotros (Efesios 5:2). 
  2. Imitemos su amor, demostremos con hechos que nos importan los demás.

HG/MD

“Y anden en amor, como Cristo también nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio en olor fragante a Dios.” (Efesios 5:2).