Lectura: Salmos 92:1-15

Cuán hermosas fueron las últimas palabras de David Livingstone (1813-1873).  Sus familiares indicaron que el dedicado misionero murió arrodillado en posición de oración junto a su cama.  Ellos compartieron con sus amigos las últimas palabras que había escrito: “Mi Cristo, mi Rey, mi vida, mi todo; a Ti dedico mi ser”.  Para Livingston cada día representaba una nueva oportunidad para crecer y sobre todo para servir a Dios y a sus semejantes.

A prácticamente nadie le agrada la idea de envejecer; nuestra fortaleza física se ve mermada, nuestra salud se deteriora rápidamente y nuestra memoria empieza a empeorar cada día.

No obstante, no deberíamos ver la vida como si todo fuera en declive, podemos ver el lado positivo de la vida, con los años deberíamos ser más maduros y capaces de crecer en gracia, fructificar, volvernos más sensibles, más tiernos, menos críticos con los demás, menos impacientes con los más jóvenes.

El desgaste de la vida se puede compensar ampliamente con el manantial de la gracia de Dios, e incluso podemos ser espiritualmente más productivos y más dependientes de Dios a medida que envejecemos.  

  1. Envejecer implica crecer, madurar, servir, aventurarse a amar a nuestros enemigos y sobre todo disfrutar cada día como si fuera el último.
  2. La vejez no es una etapa para andar lentamente, sino para caminar rápidamente con tal que podamos servir a todos nuestros semejantes y compartirles el plan de salvación.

HG/MD

 “Aun en la vejez fructificarán. Estarán llenos de savia y frondosos para anunciar que el Señor, mi roca, es recto y que en él no hay injusticia.” (Salmos 92:14-15).