Lectura: Salmo 119:17-24

No sé si a ti te ha pasado y te lo pregunto, ¿alguna vez has estado con una persona que sólo habla de sí misma? Pues yo si lo he vivido algunas veces.  En una situación como esa, tratas de ser cortés, no interrumpes, y procuras llevar la conversación a un lugar diferente, pero la otra persona nuevamente empieza a hablar de sus cosas sin parar y nunca te pregunta nada.  Absolutamente todo gira alrededor de sí misma y nada sobre ti.

Ahora, piensa por un momento en nuestro Padre celestial cuando escucha nuestras oraciones. O quizás durante nuestro tiempo devocional luego de haber leído una porción de Su Palabra, al orar, cambiamos de tema, nos enfocamos exclusiva y solamente en nuestras necesidades.

Le pedimos que nos ayude a cumplir nuestros sueños, que nos ayude con nuestro amor o dolor, que nos ayude a salir de problemas financieros o que nos cure de una enfermedad. Sin embargo, el pasaje que acabamos de leer ni siquiera forma parte de nuestras oraciones.  Y lo que Dios nos ha compartido a través de Su Palabra pasa completamente inadvertido.

Tal parece que el escritor del Salmo 119 no tenía esta perspectiva, sino que pedía que el Señor lo ayudara a entender la Palabra. Por eso, decía contundentemente: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (v. 18). Además, mientras oraba, expresaba cuánto apreciaba las Escrituras al denominarla su “delicia” (v. 24).

  1. Debemos empezar a desarrollar el hábito de orar en respuesta a lo que estudiamos en Su extraordinaria Palabra, esto sin lugar a dudas puede transformar nuestro tiempo devocional en un dialogo con Dios en vez de ser un monólogo.
  2. La lectura bíblica y la oración son compañeras inseparables del creyente y reflejan una comunicación sana con Dios.

HG/MD

“Tus testimonios son mi delicia y también mis consejeros” (Salmos 119:24).