Lectura: Romanos 6:11-20

Un jugador profesional de futbol estaba en graves problemas, pues no había iniciado la temporada de la mejor manera, había sido contratado por su capacidad goleadora, pero luego de algunos partidos sólo había logrado anotar un par de veces; no obstante, después de la mitad de temporada su rendimiento comenzó a mejorar.  Poco a poco volvió a anotar de manera frecuente y en momentos importantes para su equipo.  Cuando un periodista le consultó cuál había sido el secreto de su mejora, él indicó: “la práctica”.

Este jugador detectó errores en su técnica de juego, y luego de ello practicó constantemente con el fin de corregir su definición como goleador.  Al inicio las cosas no funcionaban, pero mientras más se esforzaba, mejor le iba y mejor rendimiento mostraba en la cancha, hasta que todo ese sacrificio rindió frutos y se tradujo en muchos goles para su equipo.

¿Recuerdas la última vez que trataste de cambiar un mal hábito en tu vida?  ¿Fue fácil?  Seguramente la respuesta es que no, porque a todos nos gusta vivir en nuestras zonas de confort, lo nuevo siempre nos obliga a cambiar y eso siempre será difícil.

Mejorar demandará de nosotros un esfuerzo consciente, y por supuesto, para ello es necesaria la ayuda de Dios.

  1. Debemos estar dispuestos a cambiar para mejorar.
  2. El Espíritu Santo usa la Palabra de Dios para cambiarnos por medio de la práctica de sus principios de vida.

HG/MD

“Pero el alimento sólido es para los maduros; para los que, por la práctica, tienen los sentidos entrenados para discernir entre el bien y el mal” (Hebreos 5:14).