Lectura: Hechos 20:23-24

Algo muy particular y misterioso ocurrió el 17 de mayo de 1780 en Nueva Inglaterra.  Una densa neblina cubrió toda el área, algunos indican que pudo haber sido una combinación entre incendios forestales y la neblina normal que ocurre normalmente en esa región, y que posiblemente por falta de experiencia fue catalogada como algo inquietante.

Incluso muchas personas al ver esta situación, empezaron a hacer conjeturas de aquello, seguramente para ellas era una señal del fin del mundo.

Ese mismo día el poder legislativo de Connecticut tenía una asamblea en la que discutirían asuntos muy importantes para el futuro de todos, pero algunos que estaban en la reunión también se encontraban muy temerosas y promovían que la reunión terminara antes de tiempo.

Entre las personas asistentes a esa reunión se encontraba Abraham Davenport (1715–1789), nieto de los primeros colonos que poblaron esas zonas, y quien fue considerado un brillante legislador y juez de su época, y sobre esta premura por terminar antes de tiempo dijo lo siguiente: “Estoy en contra de terminar la reunión.  El día del juicio, o bien está llegando o no está llegando.  Si no está llegando, no hay razón para terminar; y si está llegando, yo opto porque me encuentre cumpliendo con mi obligación.  Por lo tanto, deseo que se traigan las velas.”

El apóstol Pablo tenía una determinación muy similar a la del señor Davenport.  A pesar de que había tenido que enfrentarse a grandes situaciones problemáticas y de oposición a lo largo de su vida al servicio del Señor, y de saber que en un futuro inmediato las cosas no cambiarían mucho, estaba decidido a cumplir fielmente y con gozo, la tarea y carrera encomendadas (Hechos 20:24).

  1. Así las cosas, no importa cuál sea tu circunstancia, deposita tu fe en el Señor y sigue constante en tu andar con Él.
  2. Si quieres sobrevivir a las tormentas de la vida, entonces tendrás que sujetarte a la roca de la eternidad.

HG/MD

“Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).